Foto: Tomada de internet.
Dedicado a quienes han sido apresados por sus ideas políticas
“No es destierro el sitio en que estamos seguros”,
Séneca, filósofo romano
El 9 de febrero pasado nos tomó por sorpresa la noticia de que 222 presos políticos nicaragüenses habían sido excarcelados y expatriados por vía aérea hacia Washington, la capital de los Estados Unidos de América. En su patria, la dictadura Ortega-Murillo ordenó que un fariseo de la justicia se apresurara a leer una “sentencia de deportación” como triste representación teatral de una función judicial completamente servil y pervertida. No se puede esperar otra cosa cuando los tribunales de justicia han sido convertidos en guaridas de maleantes donde los inocentes son condenados por los culpables. En una sola decisión y por una misma sala penal de apelaciones, se pronunciaron sobre más de 200 expedientes que se encontraban en distintas etapas procesales y eran ventilados en diferentes órganos judiciales.
Según el Diccionario panhispánico del español jurídico, deportación es la “devolución de un extranjero a su país de origen tras la denegación de asilo o como consecuencia de su expulsión”. Por tanto, es una soberana aberración jurídica que un país deporte a sus nacionales. En realidad, del mismo modo en que fueron injustamente encarcelados, nuestros connacionales han sido expulsados de su país por vías de hecho. En un segundo acto de la obra teatral de mal gusto, la caricatura de Parlamento, bien amaestrada y diligente, votó en tiempo récord por reformar el artículo 21 de la Constitución Política de Nicaragua y una ley contemplando la pérdida de la nacionalidad por “traición a la patria”. En otras palabras, han fraguado que todo ciudadano antijurídicamente sentenciado bajo la infame Ley No 1055 o Ley de Defensa de los Derechos del Pueblo a la Independencia, Soberanía y Autodeterminación para la Paz, pierda arbitrariamente su nacionalidad nicaragüense.
En el marco del Derecho Penal, la aplicación de una pena (privativa de libertad, destierro, etc.) exige una ley previa y un tipo penal previo, además que, por principio general del Derecho, la ley no tiene efecto retroactivo (salvo cuando favorezca al procesado). A todas luces, la expatriación de los prisioneros políticos excarcelados suma más irregularidades, ilegalidades e injusticias a las ya observadas en sus juicios espurios y condenas al margen de la ley que dejan al desnudo un Estado fallado. Los caprichos, las pasiones y miserias de una pareja delirante es el Personal Rule que se impuso en detrimento de un Rule of Law, de modo que el Estado-partido degeneró en un Estado-familia que mantiene al país en un estado de excepción permanente –como lo teorizó el jurista Carl Schmitt– e instrumentaliza el derecho formal para la persecución de sus adversarios políticos, a quienes considera “enemigos públicos”. La manipulación de las leyes, utilización de los operadores judiciales y abuso de la fuerza estatal contra adversarios y opositores políticos fue conocido como Derecho Penal del Enemigo durante la Alemania nacionalsocialista.
Es éticamente oportuno pensar en la condición humana de los excarcelados, quienes prácticamente eran rehenes y fichas de cambio de la dictadura. Tras un prolongado encierro con tratos degradantes, privados de derechos tan elementales (como recibir el sol, leer, escribir o tener visitas periódicas) y recluidos varios de ellos en celdas de castigo, el reencuentro sumamente emotivo con seres queridos, familiares y amistades (personales y de lucha) ha colmado de júbilo y fraternidad el ambiente. La capacidad de empatizar con la alegría o el sufrimiento del otro nos hace conscientes de nuestra humanidad compartida. Como reflexionó el escritor Viktor E. Frankl, sobreviviente de los campos de concentración nazis, para que la vida tenga sentido es indispensable mantener una actitud vital hasta en los momentos más desesperanzadores. Para los excarcelados, verse libres es algo profundamente vivificante. Su salud mental y emocional debe ser un tema de primer orden.
El amanecer del 9 de febrero de 2023 fue el amanecer de la libertad para 222 reos de conciencia; se trata de hombres y mujeres, jóvenes y adultos, líderes y activistas, profesionales y estudiantes, que no merecieron siquiera pisar un penal (sus juicios fueron un triste espectáculo como los Juicios de Moscú en tiempos de Stalin), pero los recluyeron porque encarnan el “espíritu de abril” y expresan en su rebeldía con causa el orgullo de su nación y el coraje de su gente. Sus raíces nacionales las llevan consigo donde estén porque el derecho natural de sangre y el derecho natural al suelo no se pierden porque unos gobernantes en su psicopatología por el poder los acusen de traidores mientras se ven a sí mismos en un espejo. Ya dice un proverbio chino: “entre mayor es el caos, más cerca la solución” y las normas promulgadas para hacer daño serán abrogadas para darle paso a unas nuevas que lo reparen en un proceso integral de justicia restaurativa.
Ahora que la vida, libertad e integridad física de 222 personas están a salvo del Leviathan rojinegro luego de mal comer, mal dormir y mal medicarse sus afecciones sin saber cuándo ni cómo iban a salir, el liderazgo político opositor puede acelerar su fase de recomposición organizativa para definir una estrategia de resistencia de mediano plazo en función de la transición democrática, preparar propuestas fundamentadas y actuar con voluntad de cambio en torno a una filosofía política centrada en la libertad.
Una Nicaragua postdictadura, encarrilada a la democracia y a la prosperidad, requiere indiscutiblemente de una clase dirigente educada, beligerante y éticamente de avanzada que discuta sobre los problemas de fondo y no tanto por viajes, vocerías y comparecencias de rostros quemados en representación de grupillos sin base social o siglas sin gente. Los grupos opositores necesitan ser fuerzas opositoras dotadas de legitimidad y simpatía social para la transición democrática que espera el mundo civilizado. El enorme desafío radica en capitalizar la desaprobación generalizada hacia el régimen sandinista y estar listos si su sistema autocrático colapsa desde dentro por sus propios antagonismos y el contexto internacional.
Casi cuatro años pasaron para que se diera otra excarcelación masiva de presos políticos luego de más de 700 autoconvocados capturados entre 2018 y 2019 (entre ellos, líderes y activistas estudiantiles como Yaritzha Rostrán, Levis Rugama, Victoria Obando, Nahiroby Olivas, Luis Quiroz o Eva Amaya Coppens). Ahora, la liberación de jóvenes políticos y activistas como Lesther Alemán, Max Jerez, Mildred Rayo, Samantha Jirón o Muammar Vado; de figuras políticas y de sociedad civil como Félix Maradiaga, Edgard Parrales, Freddy Navas (quien fue mi vecino de celda en 2019), Violeta Granera, Juan Sebastián Chamorro, Cristiana Chamorro, Dora María Téllez, Suyen Barahona o María Oviedo; es una suave brisa de optimismo y convicción, máxime cuando una madre o un padre vuelve a estrecharle un cálido abrazo a su hijo(a) sin tiempo limitado ni uniformados con armas a sus espaldas. El país que los vio salir expulsados por la dictadura será el país que los abrigará como buenos hijos cuando haya democracia.
Queda todavía una treintena de presos políticos, incluyendo al líder religioso Rolando Álvarez, y pensando en ellos se debe tener visión estratégica, ya que en cualquier momento las circunstancias podrían cambiar y podría darse otro operativo de capturas masivas. Toda dictadura es fuerte un segundo antes que caiga y más allá de las negociaciones de por medio, corresponde a los nicaragüenses responsabilizarse de su propio destino. El amanecer de una Nicaragua libre son las primeras horas de un reloj que no se detiene y en el devenir la envejecida dictadura bicéfala sucumbirá para darle paso a un siguiente estadio sociopolítico. Hay que prepararse y estar listos.
El poeta Isaac Felipe Azofeifa lo plasmó sabiamente en su verso: “De veras hijo. Ya todas las estrellas han partido. Pero nunca se pone más oscuro que cuando va a amanecer”.
*Artículo publicado originalmente en CONFIDENCIAL el 15 de febrero de 2023.
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